En la espera… Carlos vivía de rutinas. Desde pequeño había estado en ese tráiler, donde acompañaba a sus padres en sus presentaciones. Ellos volaban por los aires y provocaban exclamaciones de asombro y admiración. A él le gustaba mirar a su abuelo, él era más sencillo, gozaba el hacer reír a los demás. El pequeño Carlos miraba los rostros radiantes y escuchaba las carcajadas. Eso es arte -cavilaba-. No cualquiera logra hacer reír a la gente-. Sentía un verdadero respeto y admiración por ese hombre. -cuando crezca, me gustaría ser como él- meditaba sin expresarlo, pues su madre le decía, que su futuro estaba fuera del circo, y seguramente no estaría de acuerdo con que se quedara allí, y mucho menos para ser un simple payaso. Carlos pensaba diferente, así que se cumplió su promesa, y diez años más tarde, noche tras noche, salía al escenario para divertir a la gente que acudía a la carpa. Su abuelo ya no estaba con ellos, pero le había heredado su nariz y sus zapatos, además de todos
